La luz del sol entraba y salía, era de lunes, todo parecía transcurrir normalmente, al menos para mí. Fui por un café a la cocina, ese café oscuro que siempre me tomo por las mañanas como un habito ya para despertar y olvidarme de los sueños que noche a noche me achacan evidenciando mis miedos más profundos. Paso por mi comedor a paso somnoliento, mis pies, mis pasos pasan inadvertidos para mí, yo solo quiero tomar mi solitaria taza de café.
Al ver en la alacena, veo sal, pimienta, varias especias para las comidas, avena, todo menos café, me quedo pensando, pero donde estará, busco cada vez más desesperadamente, en los pequeños cajones, en los pequeños recovecos de la casa, siento cada vez más profunda en mi la intranquilidad, mas perteneciente, como si una espina insaciable hiciera una profunda yaga en mi garganta, mis ojos se colorean de desesperación, mi mirada queda confusa y volteo para todos lados, para todas partes, corro de cuarto en cuarto, busco en la mesa, en el comedor, en los baños…
Han pasado tres horas desde que el café no aparece, ayer tome, me digo a mi mismo, no se pudo haber acabado de un día para otro, es sencillamente imposible…
Ya ha pasado otra media hora, he faltado al trabajo, he faltado a mis compromisos personales… estoy sumergido en un oscuro rincón de mi cuarto, la luz apenas entra a mi lado, mi piel quemante me incita a ir en busca de café a las afueras de mi hogar, pero no puedo, no puedo, mi miedo, mi miedo me carcome por dentro, que pensaran de este loco que sale en busca de un café a esta hora del día, que pensara de mi el vecino que salió por la mañana, probablemente salió para no darme cuenta de que no estaba y cuando saliera burlarse de mí, tal vez el dueño de la tienda ahora no trajo para que no comprara y por eso se rio misteriosamente aquel día en que lo vi…
Son las tres de la tarde, me tambaleo entre las paredes de mi casa, asomándome por cada ventana que encuentro a mi disposición, entre cortina y cortina, entre mesas y demás objetos, mi mirada se pierde en la luz que hay fuera de mi, necesito salir, me digo a mi mismo, necesito, no puedo mantenerme aquí toda la tarde, toda la noche y pensar que será así mañana… necesito salir.
Veo minuto a minuto ocultarse el sol tras las montañas, cada vez el pecho del cielo se colorea de un rojo sangre, como si hubiese batallas en el cielo, mientras en la tierra la sangre se esparce por las calles.
Las ventanas se han vuelto las portadoras de mi locura, mis amantes, desde aquí puedo observar el mundo entero, no necesito salir…, aquí puedo mantener a oscuras mi secreto, mi adicción al café negro…
Realmente nunca me había importado lo que los demás pensaran de mi, sin embargo desde hace un tiempo mis sueños se han convertido en un constante martirio, todas las noches antes de dormir, me acuesto pensando en lo que voy a soñar, como si tuviera miedo a cerrar mis ojos, pero ellos se cierran solos….
Ayudaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa… grito desesperadamente por la ventana, con la posibilidad de que algún vecino escuche y me compre mi tan preciado café, mi llave para salir de este infierno que contempla mi locura con un sabor a miel.
Son las 6 de la tarde, ya no hay tanto sol, ya no hay tanta luz, ya no hay tantas esperanzas de poder salir, mis ojos lucen cansados, despiertos por ansiedad y necesidad, muertos en vida, hace tres minutos mi boca quiso tragarse un veneno para cucarachas que estaba ahí, ya no controlo mis impulsos, siento una despersonalización de mi cuerpo, nunca pensé que yo, una persona normal, pudiera sufrir de estos achaques… supongo que ya no soy normal…
Mis ventanas lucen solitarias, como queriéndose esconder del sol que ya está por meterse, a veces converso con ellas, converso con una realidad que ahora veo distante, inoperante, fuera de mi…
Ahora siento como una tromba en mi pecho, de incompetencia y des lucidez, veo de nuevo mis ventanas pero ahora con ira, las odio… me acerco a ellas golpeándolas con mis dos puños, para después caer resignadamente a un piso frio y sin conciencia de mi.
Es de noche, las paredes de la casa se vuelven trémulas, siniestras, tengo luz artificial, pero me da miedo prenderla, los demás me verían por afuera, hace un mes vi a un vecino tener un telescopio… supongo que sabría lo que pasaría…
Ahhhhhhhhhhh… un grito de putrefacción en mi espacio sombrío…
Mi respiración luce más inocua, mis cabellos me los he cortado y mi ropa me la he quitado…
Son las 8 de la noche, la luna se asoma por mi ventana, no quiero que me vea, me escondo de ella tras una sabana azul… duermo tras de ella…
Mis ojos se cierran de noche, solitarios dormidos, viendo hacia una ventana que me diferencia con la realidad…
Mis ventanas, las amantes de mi locura… duermo, duermo mientras me ven…
Ha pasado ya toda una noche, la madrugada se me hizo eterna, inmensa, como la boca de un lobo hambriento, mis sueños no pasaron, siento que mi pesadilla se cumple, mi más profundo miedo es el que vivo a esta hora de la madrugada.
Bajo las escaleras incómodamente, me duele todo el cuerpo, los huesos los siento desproporcionados con mi piel, mi pellejo luce hambriento… no eh comido.
Acerco mis pupilas a los rechinidos suaves de mis persianas… veo asomarse un frasco delante de mi puerta de entrada…. aaaah, el frascooo.
Quedo pasmado en la ventana, y corro hacia la puerta, antes tropezándome, cayéndome con mis sabanas que se convirtieron en la dueña de mi cuerpo durante la noche, me acerco a la puerta, era el único lugar donde no me había fijado, a estas horas de la noche tome fuerzas para ver por un rinconcito de mi puerta, ahí estaba… mi café.
Todo el día siguiente me quede observándolo, se veía tan lejos y cercano… de mi.
¿Pero porque estaba ahí?
Tal vez mis ventanas, las amantes de mi locura, mis sueños de muerte y persecución, todo fue un complot para que el café llegara a manos del vacío detrás de mi puerta, delante de mis ojos y mis manos vacías de ti.
Nadie pudo ocultar mi miedo perfectamente, ni yo, mis ventanas fueron las descubridoras de mis más profundos sueños y temores continuos…
Ahora me permitido romper los cristales que rodean mi casa y sobrepasan las sombras de mi hogar, de ahí salgo para agarrar mi frasco de café, desnudo, sin energías, listo para la siguiente mañana, pero ya sin ventanas que me contemplen.