Odisea

De vez en cuando me cuestiono donde estas, me pregunto si te habrás ido o nunca te habré encontrar, aun así por desesperanza te busco de todos modos, debajo de la tinta o de la vista de mis ojos.

No te encuentro.

Veo al espejo y poco a poco entiendo.

Discurren mis miradas al largo perímetro del tiempo.

Lo sé, estoy encerrado, me estoy quemando por dentro.

Pasan los minutos y alguna lágrima se desvanece en el aire, mientras tanto trato disimuladamente de sonreír a las dificultades.

Después, al asomarse la luna me desnudo por completo, como un acto reflejo apago la luz.

Pienso y sigo pensando, pero aun no comprendo el pensamiento.

Tal vez me encuentre en la obscuridad, tal vez en la obscuridad haya un vacío, tal vez ese vacío sea yo.

Veo hacia la ventana y hacia afuera te veo a ti, me reposo en el sillón y mientras el viento sopla viajo y me pierdo en tu belleza, recorro tus movimientos.

Me paso horas viéndote, observándote. En veces, siento que te puedo tocar, acariciar el velo de tu cuerpo, deslizar tus labios en mis besos. En veces, siento que me ves, tal vez sean suposiciones, tal vez sean reales, tal vez si lo haces.

Murmuro a la ventana, pero solo recibo de respuesta un vaho, un vapor de palabras cálidas, un aliento olvidado. Rápidamente, para no perderte de vista, limpio mi respuesta, limpio mis emociones, limpio mis acciones, volteo apresuradamente la cabeza y te has ido, te has desvanecido.

Siento una presión en la piel, una sensación de descontento en mi vientre.

Me dejo caer.

Me acurruco de nuevo en mi soledad.

Noche a noche pasa que solo la luna me acompaña hasta la mañana, noche a noche pasa que te veo en un sueño o en un deseo, noche a noche pasa que no duermo de un insomnio eterno que me acicala el pecho.

Poco a poco, tras el transcurrir de los momentos, los propios latidos arrullan mis parpados.

Caigo rendido al viaje espiritual.

Ha terminado mi odisea un día más.