5.9.10

Elementos

El iris del cielo


Todo empieza a moverse lento cuando el iris del cielo nos cambia de cuerpo.

La tierra trasnochada nos eleva.

Las nubes elevadas nos alejan.
Se dilata la pupila y la luz entra al universo.

El tiempo lejano nos vuelve a trasnochar.

Ahora todo es momento y todo es nada.

Todas son caricias del viento mientras madura el invierno.

Todos son pálpitos del aura mientras crecen los rezos.

Todo es momento y todo es nada.

Ahora todos son cuerpos cambiantes.

Todos.

Inclusive los colores del alma.

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Los cabellos de la noche

La oscuridad fue tibia tiempo atrás.

Cuando los cantos sensuales ya no excitaban al mar.

Cuando las sombras ya no pertenecían a los cuerpos.

Cuando la lluvia ya no mojaba el cielo.

Cuando los ojos de la noche se cansaron de ver
al cerrar los parpados al negro anden del anochecer.

Solo cielo nublado y neblina espesa en la noche.

Solo horizonte mudo sin piel en movimiento.

Solo silencio en la inmensidad del tiempo.

Sola sensualidad en los coros de la luna.

Fue tibia mientras durmió.

Mientras los cabellos de las estrellas la despertaban.

Mientras las olas aguantaban su fuerza en la bahía.

Mientras los barrancos avecinaban el amanecer.

Fue tibia mientras esperaba un suspiro.

Fue tibia por un segundo.

Al darse cuenta que sus cabellos nocturnos no seguían al suelo.

Ni al aire.

Ni al vuelo.

Solo al esmero de un día más en el cuero.

Soltase rosa del pelo.

Cayese como sueño del crepúsculo.

Como diosa de la fertilidad.

Como un cabello del puente entre la pasión y el azar.

________________________________________________________________________________
El pecho del fuego

Las brasas contemplan las rejas desde sus celdas sórdidas.
Costillas astilladas de la noche cuerda.
Fríos vestíbulos de la llama del sol.


Fuero interno del cortante ardor.



Jardín penitenciario del fuego y el animal.



Apagadas cenizas de sus luces rojas.



Filas de huesos rotos en el zaguán de las grutas sordas.



Salvajismo penetrante en la humareda natural.



Pecho reventando al pulso de la flama.



Libertad.



Instinto.



Querencia del espíritu.


Viva materia en el vestíbulo de la llama del sol.

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La boca de la fauna

Dúo de espectros goteando de un silencio en la caverna.

Vívidas notas tímidas de vitrales rotos al caer.

Símiles cantos del tenor al encanto de un barítono al morir.

Cortantes manantiales secos del espacio hueco en la pared.

Carnosidad en los labios lisos de tus llagas.

Sinfónica corrupción de placer en tu boca.

Cueva de la efímera opera que mantuvo la saliva de dos cuerpos en gotas.

Distantes anocheceres ocres reflejados en tu salvajez.

Distantes tardes mancilladas por el portento de tu voz.

Creación del aposento del ser bajo la meca del amanecer.

Bajo el esplendor del sol.
Bajo el resplandor de la palabra en la comunión.

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Los ojos de la bella flora

La profundidad se elevo con tus suspiros.

Respiro nocturno de un ahogo fallecido.

Ebrio del rocío madrugar.

Mallugo exiliado del verde incomprendido.

Verdes ojos delatantes.

Espesas esferas exaltantes.

Raso tallo delirante.

Iris de tu lirica al riachuelo denigrante.

Mójate.

Y que tu nombre seque con las hojas ríspidas del monte.

Sángrate.

Y que tus piernas llamen al tenaz cuerpo de tu amante.

Flora galante.

Has de este mundo tu traje, una belleza sin sedante.
________________________________________
El pensamiento del espíritu


Habrá existido la razón,
sin el canto de un águila a medio sol.


Sonata de sus alas tiesas,

blancas, copadas sin interior.



Censura de un amor sin trémulo coraje,

cortante espesor de un vacio sin su amor.



Del hombre partiría la fe al amanecer,

y la aptitud del ser mantendría la viveza de tan claro furor.



Un estanque sin miras de serlo aguantaría la lucha del pensamiento,

criando cuerpos vivos, matando cuerpos muertos.



Que necesitas corazón de la razón,

para que tu coraza palpe nuestros miedos sin dolor.



Entonces aparecería tu velo en vida

divina sabiduría de lo improbable,

al dirigir tu vista a nuestros días

resplandeciente vista de los mares.



Que pupila tan bella,

lumínica anima del sueño,

que pestaña que nos cubre,

lazo y sábana del tiempo.



Que hermosura que te aquejas.



Que hermosura que transmites.



Tranquilidad, al espíritu de la tierra.


Tranquilidad, al planeta sin estrellas.

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La columna de lo vientos

Mientras los horizontes dormían arraigados al vaho del suelo.

Un soplo de veneno al cielo acerco su velo seductor.

Aroma fértil, fragancia aromática dividida en dos.

Oscuro placer de la luminosidad nocturna.

Espécimen de tres brazos y una columna.

Vidente de la madrugada e invidente de la luna.

Lengua de dos tormentas y una laguna.

Cortada pausa de cinco vientos.

Cinco momentos sin espesor del tiempo.

Equilibrio en movimiento desde un centro.

Elipsis corporal del cercano incierto.

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El torso del agua

Los vientos erizaban las montañas.

Atardecía la bella alba de un encino.

Media proyección de un ojo en la tierra se asomaba.

Pulso inquietante y bordes acariciando el sol.

Piel en éxtasis.

Torso del agua en oda al corazón.

Naces tatuajes del mar en concepción.

Naces coraza del oleaje del furor.

Naces ondulación del amor y la razón.

Naces corales de la vida y el dolor.

Naces azul del invierno en la postergación del tiempo.

Naces reflejo de un cielo enardecido por su luz.

Nacemos todos de la profundidad de un romero.

Un romero en el agua en un lago sin dueño.






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